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martes, 16 de noviembre de 2010

San Cipriano de Cartago

Figura de gran importancia en la Iglesia africana de la primera mitad del siglo III. Nació entre los años 200 y 210. Alrededor del 246 se convirtió a la fe cristiana. Fue sacerdote y luego obispo de Cartago. Escribió abundantemente, en particular a sus sacerdotes. Murió mártir en el año 258.

El padre d’Alès[29] ha extraído de las obras de San Cipriano las siguientes expresiones con respecto al pan y al vino eucarístico:

- el cuerpo del Señor

- el santo cuerpo del Señor

- el cuerpo de Cristo

- la carne de Cristo

- lo santo del Señor

- el alimento de Cristo

- el alimento celestial

- el pan del Señor

- la gracia saludable

- la comida celestial



- la sangre del Señor

- la sangre de Cristo

- el misterio del cáliz

- el cáliz del Señor

- la bebida del Señor

- la bebida saludable



Comentando la oración del Señor (el Padrenuestro) enseña:



“Porque Cristo es pan de los que tocamos su cuerpo; y ese pan es el que pedimos que se nos dé cada día, no sea que los que estamos en Cristo y recibimos cada día su Eucaristía como alimento de salvación, cuando por presentarse algún pecado más grave absteniéndonos y no comulgando nos apartemos de recibir el pan celestial, nos separemos del cuerpo de Cristo, según su palabra: Yo soy el pan de vida [...]. Cuando dice que vive eternamente el que come de su pan, del mismo modo que es claro que viven los que tocan su cuerpo y reciben la Eucaristía por su derecho de comunión, así por el contrario hay que temer y pedir no sea que al separarse del cuerpo de Cristo no comulgando, quede separado de la salvación [...]. Y por eso pedimos que cada día se nos dé nuestro pan, es decir, Cristo, para que quienes permanecemos y vivimos en Cristo, no nos apartemos de su santificación y de su cuerpo”. (De dominica oratione, 18)



Ante las prácticas de algunos que usaban sólo agua en la Eucaristía, y no vino, replica:



“...que en el cáliz que se ofrece en memoria suya lo que se ofrezca sea una mezcla de vino [con un poco de agua]. Porque diciendo Cristo: Yo soy la vid verdadera, la sangre de Cristo no es, sino duda, agua, sino vino; ni puede parecer que está en el cáliz su sangre, con la que fuimos redimidos y vivificados, si en el cáliz falta el vino, que se muestra ser la sangre de Cristo, predicha por el misterio y el testimonio de todas las Escrituras”. (Epístola 63, 2)



En tiempos de persecución -enseña Cipriano- hay que dar la Eucaristía para que los cristianos no vayan inermes al combate, sino



“armados con la protección de la sangre y del cuerpo de Cristo”



ya que la Eucaristía se hace para eso, para ser defensa de los que la reciben:



“si a los que van a luchar les negamos la sangre de Cristo, ¿cómo les enseñamos o los incitamos a derramar su sangre en la confesión del nombre [de Cristo]?” (Epístola 57, 2)[30]



Y en el mismo espíritu:



“Amenaza ahora una lucha más dura y feroz, a la que deben prepararse los soldados de Cristo con una fe incorrupta y una virtud robusta, considerando que por eso beben a diario el cáliz de la sangre del Señor, para poder también ellos derramar su sangre por Cristo”. (Epístola 58,1)



Hablando de aquellos cristianos que habían apostatado, al menos materialmente, de su fe y que ahora se acercan a recibir la eucaristía sin haber hecho antes penitencia y sin haberse reconciliado, dice:



“Se hace así violencia al cuerpo y la sangre [del Señor], y ahora con sus manos y su boca pecan más contra el Señor que cuando entonces le negaron” (De lapsis 16).

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