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jueves, 9 de diciembre de 2010

Los 26 mártires de Uganda


A fines del siglo XIX, unos misioneros católicos llegaron a Uganda (África) y comenzaron a evangelizar. Como fruto de su labor, muchos se convirtieron a la fe, incluso en el palacio del rey Muanga. Era conocido de todos que este rey era homosexual. Cuando el jefe del personal de mensajeros del palacio José Makasa se convirtió al cristianismo le hizo saber al rey que la Biblia condena totalmente la homosexualidad, declarándole que es un pecado merecedor de la muerte (Levítico 18), que es algo que va contra la naturaleza (Romanos 1:26), y que los que lo cometen no entrarán al reino de Dios (1 Corintios 6:10). Muanga, indignado, ordenó matar a Makasa por su osadía.
Al saber esta terrible noticia, los demás cristianos que trabajaban en el palacio, se aferraron con más fuerza a su fe. Poco después el rey Muanga pretendió seducir a un joven cristiano, Muafa, pero éste se negó a ello, diciéndole que su cuerpo era templo del Espíritu Santo. El rey averiguó quién le había enseñado al joven esa doctrina, y cuando lo supo, mandó a matar también a aquel cristiano.
Entretanto, Carlos Luanga, que sucedió a José Makasa en palacio, alentaba a los cristianos a ser fieles hasta la muerte.
El rey tenía como primer ministro al brujo Katikiro, el cual estaba disgustado porque los que se hacían cristianos ya no se dejaban engañar por sus brujerías. Entonces convenció al rey de que debía hacer morir a todos los cristianos.
Muanga reunió a todos sus mensajeros y empleados y les dijo: “De hoy en adelante queda totalmente prohibido, en mi reino, ser cristiano. Los que renuncien a serlo, quedarán libres; los que no, irán a la cárcel y a la muerte”. Y agregó: “Los que quieran seguir siendo cristianos darán un paso hacia delante”.
Carlos Luanga fue el primero en dar el paso; lo siguió Kisito, el más pequeño de los mensajeros, y 22 jóvenes más. Inmediatamente, entre golpes y humillaciones fueron llevados a prisión.
Más tarde, el rey los volvió a reunir y les preguntó: “¿Siguen decididos a seguir siendo cristianos?”. Ellos respondieron a coro: «Cristianos hasta la muerte». Entonces, por orden de Katikiro, fueron llevados muy lejos de allí. Después de haberlos tenido siete días en prisión, en medio de los más atroces sufrimientos, les ordenaron reunir la leña, y los envolvieron en esteras de juncos muy secos. Hicieron un inmenso montón de leña seca, los colocaron allí y les prendieron fuego. Entre las llamas salían sus voces aclamando a Cristo y cantando a Dios, hasta el último aliento de su vida.
Por el camino los verdugos se llevaron a dos mártires más. Uno por haber convertido a unos niños, y el otro por haber logrado que su esposa se hiciera cristiana. Ellos se unieron a los otros mártires, que en total de 26, murieron por defender su fe y su castidad.

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